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Pablo Riberi

 
La Marginalización de la Política en Clave de Utopías e Igualitarismo
 
“Nada es más perjudicial a una causa, por más excelente que ésta pueda ser, que algunos excesos de sus defensores”  (André Gide)
 
 
I. Presentación

Entendemos que existe un deterioro simbólico de la política. Que la política se ha marginalizado en relación a otras disciplinas tales como la Economía. La política, pierde terreno y prestigio. No nos referimos ni a determinantes psicológicas, ni a condiciones de posibilidad históricas o a la crisis específicas de un sistema institucional en particular. Se pretende argumentar en estas líneas, que entre otras causas, dicho deterioro se magnifica por el carácter menguante que muestran el pensamiento utópico y el igualitario en el plano de los discursos políticos vigentes.
 
Más adelante en el texto definiremos qué se entiende por "igualitarismo" y qué son las utopías. Preliminarmente, empecemos preguntándonos cuál es la real importancia del pensamiento utópico y cuáles son las raíces discursivas de ambos tipo de pensamiento.
 
Las utopías suelen referir a los orígenes del estado. En la representación de su evolución más perfecta. En los antecedentes míticos, aunque también lo está en el discurso político-racional que lo justifica. Las utopías constituyen una suerte de pensamiento “sin red”. En estas líneas trataremos de ver las hilachas, las hebras que anudan la malla endeble que sostiene fantásticas representaciones de lo posible. Entendemos en este sentido, que si no se advierte el fenómeno de destierro de utopías e igualitarismo en el discurso que singulariza la política de nuestros tiempos, no se puede comprender la opacidad y la banalidad de la política y la democracia en países como el nuestro.
 
Si tengo que sintetizar las claves de este trabajo, diría entonces que se trata de utopías, política e igualitarismo. Utopía como representación de posibilidades razonablemente sostenidas en deseos, sensaciones y necesidades. Política como ámbito de la libertad y ausencia o restricción de reglas jurídicas. Finalmente igualitarismo, como corriente política que fundamenta y proyecta una dimensión de justicia social, a las determinaciones del estado representativo heredero de la revolución francesa.
 
Dentro de la tradición utópica, existen dos cuestiones muy provocativas a considerar. Por una parte, explorar si estos mundos imaginados son una característica distintiva del pensamiento humano de una época; de una civilización, o tradición determinada. Por otro lado, analizar si es posible identificar desde dentro de todas las “tramas”, una suerte de gran “utopía” universal, endogámica, trans-histórica, que inconsciente e independientemente de los actores individuales; de las condiciones epocales que las contengan, se va realizando rítmicamente, por los sueños e inspiraciones particulares de sus circunstanciales mentores.
 
De esta manera, la constitución de una gran y perfecta “utopía”, podría interpretársela como horizonte extintivo de la razón singular imperfecta. Pensamiento atrapado por conciencias fragmentadas que naturalmente están sujetas a la pereza y al cómodo conformismo de nuestros días. De modo que el platónico viaje a la perfección, no puede dejar de ser caótico en su mundanal percepción, pues el “orden implicado”, nunca va a ser claro mientras se manifieste en un ingobernable mosaico de indúctiles imaginaciones. Las imágenes de ensoñación se reproducen geométricamente; diría, casi en inversa proporcionalidad al sentido de felicidad que el orden social prepara a sus individuos.                                         
 
Las utopías provienen de un repetido y viejo género literario. Escritores e intelectuales movidos por su sensibilidad estética han dibujado e imaginado mundos altamente atractivos. Muchos de ellos, se han alejado intencionalmente de la realidad, no sólo despreciando prácticas sociales, sino también la moralidad imperante en el tiempo que compartían. Los principales objetivos de la tradición utópica son: a) La felicidad: como repertorio de las aspiraciones humanas postergadas con relación a un mundo “no-existente”. b) El progreso y predictibilidad: Lo que supone una suerte de sociología general elemental para avizorar un mundo mejor.*[1] c) La educación: las utopías son portadoras de contenidos formativos.
 
Siguiendo a Paul Edwards, podemos a su vez identificar a las utopías en cinco variantes. a) las que representan armonía social (“eutopías”); b) utopías que apelan a cuestiones de teoría política (Moro o Platón); c) Las utopías que aluden a un inevitable progreso (Marx), d) Las utopías que antropológicamente definen qué es peculiar del hombre (Rousseau, o Golding); y por último e) Las utopías que profetizan cambios en la existencia del hombre (milenaristas, fundamentalistas religiosos).[2] Se me ocurre agregar otra última modalidad no destacada por Edwards. En tiempos de alta complejidad tecnológica, de teléfonos celulares, computadoras portátiles, cybernegocios, considero que se ha desarrollado una singular “utopía individualista”; antisocial, acorde con las demandas ideológicas de nuestra era.                   
 
Las utopías son seducciones; particularmente aquellas que describen “Mundos más realizables” y “futuros más plausibles”. Ciertamente, los autores del género utópico, se revelan además como críticos sociales y como denunciantes de aquellas estructuras económicas que son evidentes a sus lectores. A menudo son voceros populares y simplificadores de las aspiraciones de cambio político. En ninguno de sus términos empero, se ponen en tela de juicio que “el cambio” referido, es en sí, un valor necesario.     
 
Bailey, entiende que las características fundamentales del pensamiento utópico que llega a nuestro tiempo pueden sintetizarse en cuatro aspectos esenciales: a) Fe en la razón y su discurso. b) Confianza en el progreso. c) Creencia en la capacidad mediadora del hombre para el cambio. d) Presunción de que es posible encontrar una armonía natural de intereses.[3] Considero que la modernidad y en particular la ilustración, alimentaron en fórmula de pares, los giros utópicos e igualitarios.
Bailey destaca también dos funciones latentes en cualquier obra emparentada al género utópico: a) Por una parte las utopías son “provocativas”. Esto es, en lo que a nosotros nos interesa, posee elementos capaces de estimular el cambio social. b) En segundo lugar, proponen didácticamente “deseos y posibilidades” de quienes son sus lectores. Vale decir, clarifican objetivos populares al tiempo que de manera velada, recomponen una actitud crítica a las situaciones vigentes
 
II. Utopía, Política y Diseño Social

De todas maneras, las utopías son móviles retratos susceptibles de ser llevados a la práctica por la participación política de sus lectores. Se piensa que lo que caracteriza elementalmente a una utopía es su presente situación de “no existencia”, de no-lugar en términos empíricos, aunque quizás, algún día pueda devenir real. En mi opinión esta percepción es incorrecta. Entiendo más radicalmente que lo que distingue una utopía, es precisamente la conciencia inequívoca sobre la ausencia absoluta de toda posibilidad de que lo referenciado, pueda existir en cualquier tiempo. Es que las utopías no solo no tienen lugar, sino que son también u-cronías.

En otras palabras, al margen del factor tiempo, una utopía es tal si y sólo si, nunca se vuelve realidad. El único reducto de una utopía es la imaginación. Por el contrario, si el producto intelectual de una afiebrada imaginación llegase algún día a materializarse, no tengo dudas que “ex-nunc”, debe interpretarse que lo referido nunca fue una utopía. Simplemente se trataría de una errónea percepción o una equivocada denotación significativa del referente. El concepto de utopía necesariamente adolece de referente empírico. Las utopías entonces, necesariamente mentan objetos “no (y nunca) existentes”. Una utopía que se realiza, es una “contradictio in terminis” que viola los límites informativos del lenguaje.    
             
Tomás Moro es reconocido como creador del género. Moro deja ver la relación que existe entre el “homo viator” y la utopía.*[4] En la Edad Media, había quedado bien claro la diferencia que había entre el paraíso (el cielo) y la tierra. El hombre vivía con sus imperfectos semejantes en un lugar de pecado e imperfección, mientras que en algún otro lugar, ángeles y seres más perfectos compartían la gracia de Dios. Moverse y conocer nuevos mundos, es una característica de la modernidad que también destacan los utópicos. De acuerdo con esta idea, el “homo viator” no sería el protagonista de la obra, sino más bien quien lee el relato de ficción.    
               
Moro introduce un cuadro utópico que sería como el celuloide “negativo” que representa la sociedad en la que vive. Insularmente aislada de influencias que perturban la razón, su utopía como otras que le siguen, buscan la organización social perfecta. Un mundo sin males insuperables, y sin coerción estatal innecesaria. En Utopía, la propiedad privada no existe y reina la comunidad de bienes. La propiedad privada esta suprimida porque es “fuente” de discordia. La vida social es básicamente familiar y casi que no existen divisiones sociales. Moro, destaca el valor del trabajo y se pronuncia en contra de la división social del mismo para evitar consecuentes desavenencias entre los hombres. Las casas de habitación son otorgadas por sorteo para “igualar” condiciones e impedir reacciones egoístas en la sociedad. Un sistema sorprendentemente "tolerante".

De manera que frugalidad en la vida cotidiana y sencillez en las razones contestatarias, son denominadores comunes en estas primeras utopías. Su protagonista, Rafael, dice por ejemplo: “es por su bien que los hombres crearon a los reyes y no para el placer de éstos”.[5] La comunidad de bienes permite que quien necesite algo no deba comprarlo. En cambio, sólo tiene que buscarlo en lugares públicos de aprovisionamiento.[6] El igualitarismo comunista de Utopía, presupone abundancia de bienes, que exceden las necesidades sociales de provisión.          
  
Resulta natural entonces, que la isla de Moro esté totalitariamente organizada, con una economía controlada y que lejos de ser el paraíso revelado, sólo nos sirve para mostrar las imperfectas soluciones de la razón humana. Aunque estimulen cambios, las utopías congelan mundos. En este sentido, Bailey destaca que el pensamiento utópico sirve tanto para ordenar prácticamente la vida, como para la evaluación y el juicio crítico que hace una comunidad. En consecuencia, se puede afirmar que las utopías son “provocadoras” de cambio social; y “evaluadoras” tanto de propósitos, como de las posibilidades en sí implicadas.

Finalmente entiendo interesante la clasificación que ensaya Hartmut Kliemt. Para Kliemt es necesario ubicar las utopías en dos ejes diferentes. Por una parte, encontramos un eje temporal que distingue las utopías pasadas, de las utopías futuras. Básicamente las primeras se relacionan fundamentalmente con la tradición contractualista, mientras que las segundas con la ciencia ficción. Por otra parte, otro eje distingue las utopías en base a su posibilidad intrínseca de volverse “alternativas realizables”. Según refieran su hipostática realización a la labor cotidiana en esta tierra o, según se refieran a paradisíacos reinos celestiales; a los cuales podemos ser generosamente convidados o de los cuales, podemos ser penitentemente expulsados, las utopías pueden ser “trascendentales” o “seculares”.

III. Sentido y Breve Crónica de las Utopías Políticas         
                 
Platón no sólo fue uno de los primeros utópicos, sino que fue lo que se llama un “ingeniero social”. Su búsqueda de perfección nos muestra un escenario donde las almas se salvan, y los estómagos se llenan. Su composición no es una caprichosa disposición de hechos irreales como habitualmente se entiende, sino más bien, una receta para un continuo de situaciones necesariamente emergentes dentro de un plan efectivo.[7] Platón en la planificación colonial expuesta en “Las Leyes”, es un artesano, o un mecánico metafísico de la política que trabaja en un taller que, ciertamente parece estar en las nubes. No se trata pues, del hermético utopista del renacimiento que imagina el paraíso perdido; en absoluto. Por otro lado, en la “República”, por medio de la palabra de Sócrates, nos muestra como el estado nace de las necesidades humanas (alimentación, defensa, etc.), y de la necesaria división del trabajo. Aquí están por lo tanto, los orígenes de un utopismo “realista”, vaya paradoja!; que fortísimamente ha influido en la política de todos los tiempos.

Los utópicos renacentistas en cambio, son sabios arregladores de “ordenes sociales”. Moro fue el precursor utópico por antonomasia: “un día Utopos creó Utopía”. En su utopía desaparece la propiedad, se funden las clases sociales y se crea un ambiente de absoluta “tolerancia” religiosa. La ciencia, la técnica, y una dosis de británica insularidad, se desprenden de la utopía “baconeana”, mientras que con Campanella, se echan los cimientos de un nuevo urbanismo, de una racional burocracia meritocrática, un tanto esotérica antes que weberiana, pero siempre muy organizada en sus funciones.

Engels, siglos después, intentó analizar el desarrollo del socialismo desde sus comienzos utópicos a su evolución científica. De todos modos, tampoco se preocupó en aclarar el abismo que separa la “Utopía” de la “sustancia” de los acontecimientos. En consecuencia, si confrontamos los presupuestos pretendidamente científicos del materialismo dialéctico, notaremos que toda la filosofía marxista no puede ser portadora de utopía alguna. En absoluto; pues como ya hemos expresado, o bien sus pronósticos son verdaderos y por lo tanto siempre se debe predicar verdad desde la teoría (por lo que no puede haber conceptualmente utopía sobre una certeza y una existencia); o bien es inexacta su comprensión de la realidad y la imagen final pronosticada. Por lo tanto, al pretender hacer ciencia, no se puede convalidar una utopía que se inscribe en la imperfección y el azar que se deriva del desconocimiento del futuro y la incapacidad predictiva de sus términos.     
                                                                         
De tal manera, que desde estos antecedentes, dentro del marco ordenado por el discurso moderno demócrata-liberal, y con relación a las posibilidades de las utopías en general, merecen analizarse al menos dos cuestiones principales. Por un lado, reflexionar sobre la constante amenaza de las tecnologías sobrevinientes en futuros deshumanizados y decadentes. Por otro lado, resaltar las gravísimas consecuencias producidas por las determinaciones morales y culturales que constantemente intentan expulsar las utopías del sentido práctico del discurso político. Nuestra época parece estar determinada a proscribir a las utopías igualitarias dentro de las posibilidades y conveniencias del léxico y de la conciencia de un insatisfecho hombre contemporáneo. Repasemos pues, las reacciones más salientes frente a esta tendencia.  
                                                                 
En efecto, las llamadas “dystopias”, se nos presentan por caso como expresiones conservadoras para dar cuenta de la ausencia llamativa de utopías creíbles. Este género constituye una clara exhortación pesimista que proyecta al hombre en nuevos héroes que lejos de nacer en cielos olímpicos, serán ensamblados en frías factorías donde se combinan hojalata y microcircuitos.[8] De todos modos como dice Bloch, “la más fuerte contra-utopía es la muerte”, que siempre se lame las alas y que amenazante, pervive en la conciencia de quienes administran la fuerza.[9] Dado que vivimos en un mundo parapetado en armas termonucleares: plagado de miseria, conflictos étnicos y religiosos; ésta sensación nos es muy plausible.

La crítica hacia la representación política y el orden socioeconómico siguen siendo dos ejes preferidos tanto de la literatura utópica, como de la anti-utópica que los refiere. Por caso, desde el pensamiento político-filosófico de Marx a la ciencia ficción de Huxley, éste ha sido un tema sin duda relevante. La mayoría de las “dystopias” se mofan y caricaturizan las reglas que regulan la relación representativa. Así, vemos una tensión entre los valores democráticos-liberales, frente a los fundamentos prácticos de un sistema político que los soslayan. En reacción, los fundamentos racionales de las utopías han llevado a pregonar sistemas sociales altamente concentrados y regulados; a veces amargos retratos de organizaciones que en su orden, ahogan la libertad. Las utopías por lo tanto, se vuelven “dystopias”, mientras que por defecto, la realidad nos lleva a plantear esquemas solidarios localmente, desconcentrados políticamente y con un gran acento en la libertad individual, que naturalmente además, tiende a desvanecerse.[10]       
                                          
El mundo antiguo era tecnológica y económicamente limitado. La ciencia como la riqueza nunca fueron objetivos utópicos centrales. No hay lugar para la opulencia y el confort en el imaginario antiguo. A partir de la Nueva Atlántida de Bacon empero, el credo cientificista y democrático se incorpora a la pulsión utópica. De hecho las “dystopias” contemporáneas, alternaron la desconfianza en las máquinas con el rechazo a los placeres materiales. Aunque no haya programa, como piensa Jonas, el progreso tecnológico actual es un “utopismo” implícito dentro de su tendencia.[11]             
                                                 
En síntesis, algunos elementos comunes que identifican atávicos rastros de las utopías hasta nuestros días son: 1. Deseo (Cockaigne); 2. Armonía (Paraíso y edad dorada); 3. Esperanza (milenarismo); y 4. Diseño (ciudades ideales: Fourieristas); todos ellos informaron algunos esquemas políticos modernos, que basados en racionales alternativas fantásticas, supieron desplazar las preferencias y las limitadas e imperfectas realidades que determinan el juego de los poderes consolidados.
 
IV. Las Utopías, Racionalidad Política y Críticas Abiertas

No hay utopía que no esté al alcance de la imaginación del hombre. De todos modos, cuando más lo pensamos, más patente se vuelve la inescrutabilidad de la referencia utópica en el discurso político actual. Pero no hay nada más allá del pensamiento. Lo cierto es que las utopías han venido siendo expulsadas del discurso político y a pesar de ello, el mismo es cada vez más inextricable y menos atractivo. Es que los enemigos de las utopías, mientras piden más “realismo” y "pragmatismo", no nos hacen ganar lo que sus intenciones auspician.
 
En línea con Garzón Valdés, en términos de “racionalidad estatal”, conviene no confundir lo “bueno” técnico, con lo “bueno” moral. Qué se “debe” hacer y qué conviene hacer. La “falacia naturalista” está constantemente presente en este orden de argumentos. Recordemos también que se es racional en función de medios y no de fines. Sean utópicos, igualitarios o no, es por lo tanto difícil encontrar fines racionales en sí mismos. En relación a la política como instrumento, correspondería distinguir entonces: a. lo bueno en relación a objetivos; b. lo bueno ético, “privado” y c. lo bueno “público”, también en términos normativos; procedimentales. De modo que frente a estos elementos y puestos en un escenario utópico que ciertamente involucre el dominio público, no nos es tarea fácil conciliar racionalmente contingentes asimetrías entre convicciones, deseos e intereses individuales con lo primero.           
 
Quizás por ello también, parte de la literatura liberal en la materia, ha sido muy severa en sus juicios respecto a las utopías, que según apuntan, tendería a identificar sus programas con una “filosofía radical”. Y toda filosofía radical en síntesis, sería forjadora de utopías y responsable de violencia. Karl Popper ha formulado ácidas conclusiones sobre el valor negativo de las utopías frente a los principios de las sociedades abiertas. Para Popper las utopías son auto-frustrantes en cuanto su postulación conlleva el germen de la imposibilidad de alcanzar sus dorados objetivos. Popper observa que la racionalidad de la acción política se asienta en una constante propuesta de objetivos a cumplir en el futuro. Aunque sabido es que el acabado cumplimiento de tales objetivos es imposible, los utópicos parecen ignorarlo. Como se ha expresado, no se es racional por los “fines” perseguidos, sino exclusivamente por los medios dispuestos en función de contingentes objetivos previamente escogidos.
 
En mi opinión es consistente la preocupación de Popper en cuanto que postular fines inconmovibles, conlleva a actuar intolerantemente en política.[12] Para Popper, una noción tan fuerte de “bien” o “bienestar” sólo puede apoyarse en términos totalitarios, porque la “racionalidad” política así entendida, tiene necesariamente que abandonar su carácter circunstancial, para fijar su esperanza justificatoria en sus extremos teleológicos. Vale decir, se desprecia el carácter eminentemente relacional que los fines tienen en función de los medios empleables para su satisfacción.
 
En este punto, merece una especial atención también, la vigorosa crítica al utopismo de parte de Agnes Heller. Esta autora descarga fuertes críticas contra el pensamiento de raíz utópica y lo que ella llama la filosofía radical. En particular, Heller apunta a la filosofía “marxista” diciendo que la misma es engañosa porque asienta su sentido en lo “absoluto”. ¿Qué quiere decir con ésto? Con ésto Heller quiere decir que todas las conexiones de la teoría marxista y su justificación, se asientan en el “deber ser” de la teoría, lo que naturalmente lleva a entender la política como “necesidad”. Para Heller en consecuencia, la filosofía marxista (materialismo científico: histórico y dialéctico), se encuentra incómodamente ubicada entre una filosofía radical y una utopía radical.[13]
 
De modo que tanto Agnes Heller como Popper, vincularon utopía con violencia. Para este último, la utopía ha jugado una negativa influencia a lo largo de la historia, toda vez que su fracaso es siempre inexorable y por lo tanto, es un factor detonante de cruda violencia. Popper, descalifica categóricamente el pensamiento utópico por ser "autofrustrante", y por ende conducente a la violencia.[14] Sin duda, Popper tiene una visión clara aunque parcial del concepto. Vale decir, aunque pueden ser correctas estas relaciones, notamos sin embargo que la comprensión popperiana del género, se aleja notablemente de la idea común de "utopía". Por ejemplo, tal como es descripta por Neüsuss, para quien (como la mayoría de la gente), el valor alternativo de una utopía es que representa un nuevo orden frente a la organización política vigente.[15]
 
Entiendo por mi parte, que no toda utopía es intolerante y que bien es posible tener un cuadro menos acabado y una noción más débil de “bien”; que a su vez nos permita el diálogo y el entendimiento a partir de variados discursos racionales que se solapen y se disputen simpatías. Digamos, integrar un mercado de ideas y utopías racionales formalmente proclives al compromiso de la voluntad individual y al debate abierto de contenidos. En otras palabras, promover un sistema político donde se multipliquen utopías que no solo toleren el debate sino que estén dispuestas a competir entre sí.
 
De todos modos y tal como advierten estos críticos puntos de vista, una decisión política se la materializa de la mano de la argumentación o por medio de la violencia. Sospecho que es por esta sensación que el ataque al “utopismo” persigue algún objetivo mayor, cual es demoler los vínculos que el pensamiento utópico ha trabado con las ideologías revolucionarias. Pero conviene no obstante seguir enfatizando la importancia que conserva la utopía, tanto como factor determinante en la argumentación pública, como con relación a toda forma de deliberación política racional. En mi criterio, los cambios revolucionarios (o reformistas), pueden ser valiosos tanto por su contenido como por su “forma”. Digamos por último, que no hay suficiente evidencia que demuestre vínculos entre pensamiento utópico y violencia política. Si la hay en cambio, sobre la injusta y opresiva situación que sufren millones de seres humanos en este mismo instante. Una comunidad liberal, necesita de la política para desarrollar las condiciones utópicas de la mejor República.
 
V. Las Raíces Utópicas del Igualitarismo y Nuevos Desafíos

La igualdad es un concepto normativo antes que descriptivo. De hecho no somos todos iguales. De cualquier manera, es clara la lucha emprendida en distintos tiempos y lugares para traer igualdad donde no la hay. Definimos "igualitarismo" como la corriente de pensamiento que se preocupa por la igual consideración de los individuos. Esto es, igualdad en relación a las condiciones formales, materiales y de derechos de todos los seres humanos.*[16] El igualitarismo se puede pensar de diversas maneras. No obstante los grandes e invalorables esfuerzos de John Rawls y otros autores que recuperaron la tradición contractualista, cierta pulsión igualitaria se extravió junto a los fracasos del marxismo dogmático y a las cíclicas crisis del estado de bienestar. Igualitarismo y racionalidad, no siempre supieron configurar un par bien avenido. Sus enemigos además, son bien poderosos. Por último, algunos presupuestos antropológicos, conviene se sometan a mínimos exámenes.
 
La vida perfecta supone que la naturaleza o el hombre tiene un propósito compatible o al menos potencialmente apto para desarrollar dicha perfección. La plena satisfacción en un mundo desarrollado, técnicamente opulento; con economía de oferta múltiple casi ilimitada, pareciera que lo mismo requeriría la domesticación de las necesidades y el dominio del deseo. En este contexto empero, utopía y política no tendrían mayor importancia en cualquier sociedad económicamente organizada en términos de un mercado perfecto. Por el contrario, como observa Schumpeter, pareciera que el mercado es más eficaz en la producción de bienes y servicios cuando cuenta con asimetrías en su seno. De todas maneras, si hay algo que distingue a las utopías en el pensamiento político, es su evidente “inmovilidad”. La imaginación se siente colmada ante el deseo estático y detallado del objeto naturalmente ausente. Un derroche de racionalidad descriptiva convierte al mundo deseado en algo altamente racional, aunque se debe decir también, desconectado de caminos privados para gozar su realización.
 
Ahora bien, existen algunas voces disonantes que queremos destacar. Quizás la percepción más sistemática del deseo y la imaginación, pegados a la izquierda política, nos la da Ernst Bloch. ¿Qué nos dice Bloch a este respecto? Para Bloch las utopías pertenecen a un género literario que hunde raíces en el discurso filosófico. Recordemos en sus palabras que la filosofía es “la conciencia”, es un “totum” en avance. Esto quiere decir que no se trata de un hecho, sino que se trata de una inmensa conexión de hechos; de lo que está haciéndose, “con lo que todavía no ha llegado a ser”.                                                                                                   
Por otro lado, el igualitarismo, es una tendencia política, religiosa y social, tan vieja como la imaginación del hombre. Bloch destaca esta condición histórica del hombre. En la historia, los mundos deseados tienen su fundamento en el llamado “principio esperanza”. En consecuencia, es a partir de este principio que la conciencia utópica absolutiza el presente desde la afirmación del futuro.[17] Se trata en definitiva, de entender la realidad como algo abierto, inacabado, siempre rodeada por la estructura de la posibilidad. El objetivo es la “esperanza”, porque el anhelo vale incluso más que su satisfacción. Bloch nos dice que todo está al final, cuando el hombre logre súbitamente superar las condiciones que desalentaban su desarrollo.    
 
La utopía por lo tanto, se convierte en un “pathos” necesario para conservar la esperanza. La esperanza sirve para recorrer el camino “imperfecto” hacia la perfección final. En sintonía marxista, Bloch ve en la utopía la parcialización del futuro. La utopía pretende adelantarse al curso de los acontecimientos y es allí donde dialécticamente no sólo el ser condiciona la conciencia, sino que la conciencia elabora el ser.[18] La realidad entonces, es sólo “tendencia”. Como observa Garzón Valdés, media un auténtico humanismo en su pensamiento. La política para Bloch es libre (“Polis sin Politeia”); por eso le es posible trazar un vínculo significativo entre las utopías sociales, con el derecho natural.[19]                   
 
Según Bloch, un marxista no tiene derecho a ser pesimista. Aunque la “totalidad” esconda carencias, las utopías son necesarias pues se lucha mejor con imágenes que con abstracciones. En otras palabras y en línea con lo que piensa Habermas, aunque es difícil concebir utopías fundamentadas teóricamente, si podemos al menos teorizar sobre su utilidad.[20] En este sentido, Bloch crea un aparato conceptual con axiomas básicos para reforzar una visión utópica de la ética, la ontología, y de una filosofía de la historia. La perspectiva marxista, le abre a Bloch una visión “optimista” y racional del mundo. Así, nos habla del “principio de esperanza” y de una ontología del “todavía-aún-no”; donde la materia esta determinada por la posibilidad: “poder ser, en base a una visión del deber ser”.                                                                                                                      
Manheim señala con meridiana claridad en este punto que aunque las ideologías son utilizadas para estabilizar un orden social; son las utopías las que sirven para promover transformaciones. Las utopías son verdades prematuras. Por ello, las utopías y las ideologías son presentadas en una relación dialéctica a partir de la cual la noción de “orden” se ajusta a las tendencias y necesidades epocales que circunstancialmente las pueden promover.[21] Es evidente entonces, que para Manheim media una estrechísima relación entre los modelos políticos y las utopías que se generan.*[22] Vivimos en una sociedad altamente compleja donde la representación y la política necesitan de legitimidad. Hablamos entonces, de la doble dirección “manheineana”, como un posible camino de fundamentación del sistema político. Naturalmente que se trata de una búsqueda de modelos (pseudo)utópicos plausiblemente realizables; y por otro lado, de una búsqueda de valores fundantes para estabilizar un orden y un sistema que necesitan de imaginación, esperanza y racionalidad.
 
Otro aspecto digno de ser mencionado es el que vincula al pensamiento utópico con el progreso tecnológico. Esto es importante, pues se advierte una poderosa relación entre avance tecnológico y déficit de la representación política. Además, el vertiginoso desarrollo de tecnologías por parte del sistema capitalista, sin duda abre una brecha inconmensurable de conocimiento y opulencia entre países desarrollados y países que no lo son.                  
 
No caben dudas que una sociedad que involuntariamente resulte tecnificada bajo estándares extraños, verá tarde o temprano frustrados sus deseos. Naturalmente, verá también cómo el sistema político y económico tiende a colapsarse sin una adecuada construcción de sentido. En situaciones como éstas, el ciudadano común se encuentra involucrado en un proceso perverso, donde conforme las reglas de la dialéctica del discurso electoral, observa lo que Offe llama la puja constante de programas electorales, en virtud de lo cual, no resulta otra cosa que la multiplicación de sus expectativas y por ende de sus posteriores frustraciones.[23] A menudo se produce una sustitución de valores que se reproducen con la velocidad del cambio tecnológico. La política se concentra discursivamente en hacer buenas “encuestas” y simples “ofertas”, en vez de generar complejos “programas y utopías”. En países como el nuestro, la simple inflación de las promesas, provoca el ineludible desencanto popular.           
 
Así, en el “dystópico” relato futurista, siempre se muestran los vacíos de la representación y galimatías de un discurso que ensaya una crítica general a la conformación del estado fantástico que se describe. Los protagonistas involucrados en lo público, son presentados como provocadores de peripecias temáticas que nutren la trama de la novela o el ensayo. Además, los modelos utópicos en general, tienden a estrellarse necesariamente con la valla insuperable de la contingencia política que los ha forjado. Las utopías pesimistas (“dystopias”), donde naufragan los protagonistas, son tautologías que operan en realidades que promueven asfixiantes objetivos sociales que desplazan las autonomías individuales y los ámbitos de libertad de sus protagonistas.                         
 
Las grandes inequidades en un planeta donde cuatro quintas partes de sus moradores viven en la pobreza y donde sus habitantes más ricos comen hamburguesas congeladas en despersonalizadas unidades de consumo, no alienta el optimismo que se vislumbró en los albores de la modernidad. La masificación e “igualación” de las sensaciones bajo los dictados de la “mano invisible”, hasta ha trivializado el encanto de la libertad. Es un dato que a nadie escapa que el escepticismo se patentiza plenamente en protestas o en una generalizada resignación frente a la injusticia y la desigualdad. El (no) mundo de los iguales vs. el mundo de los (no) iguales; utopismo vs. pragmatismo; diferencia y utopía, todos polos que nos indican la lógica binaria que anima el ciclo vital de nuestras insatisfacciones.
 
VI. La Política entre Puja de Valores y Decisión de Esperanza               
      
Como hemos apuntado, la mayoría de las utopías no fueron hechas para ser premonitorias realidades; ni son recetas para políticos o estadistas carismáticos. Las utopías han servido fundamentalmente para clarificar razones y valores en disputa. Algunas utopías como la de Wells o Butler, parecen servir para realzar conclusiones dentro de un concepto “evolutivo” de historia. Otro costado, nos muestra que todavía la tradición utópica concentra presupuestos y axiomas que informan una teoría social positivista o cientificista, que puede conjugarse con la capacidad del hombre en armar un futuro de mayor abundancia y más equitativo.
 
Comte, Engels o Marx no fueron utópicos aunque alimentaron sus obras filosóficas con alguna inspiración utópica. Saint Simon en cambio, pretendía cambiar la noción de “paraíso” y traerlo “desde el pasado al futuro”. Al igual que Engels, Marx critica la tradición socialista-utópica por ingenua. Para Marx la importancia del socialismo utópico es inversamente proporcional a su “desarrollo histórico”.[24] En rigor, la filosofía entonces es un tiempo y un espacio en el pensamiento. Sin embargo, en la actualidad, gran parte de la izquierda ha dejado de presagiar el cambio social permanente; o las condiciones estructurales que parecían hacer mover los engranajes de la historia. El “fantasma” que recorría Europa y que se llamaba comunismo se esfumó sin dejar rastros. El socialismo científico que ganó el debate, no pudo conservar la esperanza. El socialismo utópico que perdió el debate, se llevó las reservas de ilusiones.      
                                                                                    
Engels critica con razón que los socialistas utópicos, en vez de liberar una clase determinada, pretenden liberar la humanidad de golpe.[25] Si la “racionalidad” legitima la teoría, será por ello que el socialismo utópico fue desplazado por la mayor carga explicativa del pensamiento de Marx y Engels. De todos modos, las determinaciones hegemónicas del pensamiento marxista tuvo que vérselas con otros paradigmas explicativos, que décadas mediante, también les llevaron los favores de intelectuales y de muchos segmentos dinámicos de la sociedad. Con mayor amplitud, digamos que tanto el marxismo más canónico, como las variantes socialdemócratas que destacaron el significado de la racionalidad económica, terminaron produciendo sendas ideologías que “autónomamente” desarrollaron y definieron estándares de evaluación sobre sus propias consistencias explicativas.*[26]                                             
 
No obstante, hubo otras voces más expuestas. Por ejemplo, Saint Simon tuvo una visión moderna del gobierno y la política que aun hoy merece ser tenida en cuenta. Fue un precursor en el esclarecimiento de los problemas que singularizan nuestra época. Afirmaba Saint Simon, “la tendencia política general de la inmensa mayoría de la sociedad es ser gobernada lo más barato posible, ser gobernada lo menos posible, ser gobernados por los hombres más capacitados y de una forma que asegure completamente la tranquilidad pública.[27] Saint Simon es por lo tanto otro racionalista, moderno, que impregna de sentido “quiliástico” la religión utópica que cree en la posibilidad de una democracia científica.    
 
Que todos los hombres debieran trabajar no era una consigna evidente en esa época. Así, nos lo dice el mismo Engels cuando observa que Saint Simon prematuramente advirtió la absorción de la política por la economía. El punto es que si la imaginación esta atada a la política, la política a la economía y esta última a la realidad; es pleno entonces, que La imaginación debía estar atada a la realidad. Pensadores como Saint Simon, no sólo reivindicaron las utopías, sino que centralizaron la política sin cortar amarras con un marco de racionalidad.
 
Otra cuestión importante relacionada con este tópico es que siempre ha resultado difícil trasladar las utopías de la ficción literaria al lenguaje de la política y de ahí a los programas de gobierno. En términos básicos, utopía e ideología son parientes cercanos que han ayudado a alimentar este circuito. Para Manheim por caso, tanto el “socialismo” como el “liberalismo” son expresiones de ideas situacionales y trascendentales; son corrientes de pensamiento, ideologías que provocan estabilización en los ordenes sociales. Manheim adscribe a una dimensión histórica y determinista de las utopías como proyectos sociales. Las utopías en su opinión, antes que negar la realidad, la anticipa; razón por la cual, tanto el socialismo como el liberalismo han sido en alguna medida utopías. Vale decir, son o han sido utopías siempre que entendamos que sus objetivos fundamentales merecen ser asumidos por grupos aún no dominantes en la sociedad.
 
Hay utopías que refieren a una felicidad tranquila. Estas son utopías que parecen fotografías medioevales de lo que debe ser un “orden sabio”. Por otra parte, hay otras utopías que dinámicamente introducen problemas sociales tales como las demandas por igualdad material entre los miembros de una comunidad (utopías modernas). En estas representaciones, la libertad suele ser el precio a pagar cuando la imaginación aniquila la vitalidad de un proyecto político igualitario.                          
 
No hay lugar para “Prometeo” en Utopía. Los rebeldes mueren camino a Utopía. Utopía es un “locus” plácido donde no hay lugar para los libre pensadores que se ahogan en sus irreconocibles mares. La revolución puede ser una utopía, el estado revolucionario no. Esto es parte del esquema racional que perfectamente narra el camino trascendente a murallas inexpugnables. Hay un final feliz, pero plagado de “infelices” mortales que abonan el tránsito racional a la anarquía estática y perfecta de utopía.                                                        
 
Mientras que con Hegel la filosofía invita a priorizar el conocimiento por sobre la esperanza; a partir de Bloch, es posible recorrer el camino inverso. Por ello se puede rescatar retrospectivamente el iter que va desde el “socialismo científica al Socialismo utópico”. Tal como hemos señalado a partir de Bloch, se puede reconciliar socialismo con utopía y esta última con la “esperanza” humana. La esperanza es una condición esencial y exclusiva del hombre; la “docta spes” que alude Garzón Valdés.[28] Esto es importante. De todas formas se debe evitar adherir a una “esperanza sin fundamento”, ni significado proyectivo, claro está.*[29]    
                              
La filosofía de Marx en sintonía utópica, promueve liberar al hombre del estado y la economía. Para Bloch, Marx tenía razón en menospreciar el utopismo abstracto, pero se equivocaba al no reparar adecuadamente la tendencia utópica en la historia. Para Bloch entonces, el marxismo sería una “utopía genuina, mediata y procesalmente abierta”. La igualdad se refiere al modelo. El mundo en sí, sería un proceso infinito, no resuelto y objetivamente problemático. La conciencia del hombre tiene un reconocimiento y una dimensión de “no-todavía”, que es la base de una epistemología y una lógica específica para la utopía.[30]                                                     
 
Utopía e igualitarismo pueden tener discrepancias según los objetivos asumidos por quien sostenga la prioridad contingente de valores potencialmente competitivos como eficiencia (económica), libertad (egoísta), o justicia (distributiva). La realidad sin duda, impide repartir lo que no hay. Un artículo interesante de Haupt-Lehman bajo el título “The loss when the Cream can´t Rise to the Top”, aborda estas alternativas cuando cuestiona la vocación utópica del socialismo de “igualar” (materialmente). Haupt-Lehman considera que la igualdad no puede constituir un valor estatal para promover políticas públicas. Si se trata de maximizar el valor igualdad, entonces no hay más remedio que igualar para abajo. Vale decir, para él, “igualar significaría igualar para abajo, porque no podemos hacer que la crema llegue arriba. Esta es una crítica habitual que aunque tenga consistencia, suele ser a menudo superficial. En cualquier caso y por sobre de la economía, utopía e igualitarismo necesitan de un marco deliberativo que claramente ofrece la política.
 
Engels decía que el socialismo es un reflejo en la inteligencia.[31] Tanto él como Marx, trataron de mostrar como las viejas ideas y conceptos de la economía y de la política habían sido “irracionales” en aquel tiempo. Hoy estamos en una situación similar. El primer Rawls intentó salvar latentes contradicciones entre libertad e igualdad y por medio del llamado principio de la "diferencia", logró además postular una poderosa razón filosófica (antes que política), para lograr sobrellevar desigualdades en una sociedad "bien ordenada". No olvidemos también que desde Aristóteles la política es "praxis" racional y que la misma noción de "justicia distributiva", necesita de un tercero que distribuya (y por tanto, que actúe en un marco político).
 
En consecuencia, advertidos del agotamiento discursivo de la izquierda tradicional; conociendo la debacle del socialismo científico como teoría y práctica, correspondería revisar todas las nociones como revolución proletaria, naturaleza, clase, sociedad y orden estatal, pues todas ellas se encuentran en crisis. Digamos también, que con sus más modestos recursos humanistas, la recuperación del viejo curso de la “esperanza” que proponía el socialismo utópico, es quizás un dato que los exploradores de vías alternativas no debemos soslayar. El discurso “racional” necesita nuevamente un sentido utópico e igualitario, porque necesitamos más política y porque desconfiamos de las categorías pseudo-científicas que proclamaron la “alienación” proletaria, y el “antitípia” material de las condiciones revolucionarias del socialismo en tiempos proto-industriales.*[32] Todavía hace falta imaginación, porque la lucha hoy está dada en un medio cada vez menos humano.      
 
De nuevo, nuestra época ha montado un sesgado paradigma de racionalidad, mientras endógenamente se reproducen oscuros horizontes que presagian la infinitud de expectativas frustradas. La política languidece sin mayores resistencias. Las ideologías vigentes marcan los límites de los deseos, intereses y creencias de quienes “hegemonizan” los espacios discursivos. Una filigrana que recubre el discurso político, es la misma que transparenta la anemia utópica de la que somos víctimas. Las “ideologías” entonces, crean discursos performativos tanto para hacer como para impedir realidades. El fin de las ideologías en pocas palabras, no sería otra cosa que una doble capitulación sobre la libertad, la igualdad, la solidaridad; sobre la política y la esperanza en general.
 
VII. Ideología y Utopía en los Pliegues de la Política         
                  
Para Manheim una idea es utópica si su comprensión promueve acciones colectivas encaminadas a que los objetivos de cambio social se vuelvan compatibles con los objetivos que la sociedad postula.[33] Las utopías entonces, son eslabones “para la realización progresiva de las filosofías políticas”.[34] Esto implica “sapere audere” a la razón. Las utopías caracterizarían entonces las aspiraciones revolucionarias o de cambio de los intelectuales, de los grupos ascendentes; mientras que las ideologías serían como utopías en reposo o decadencia; el residuo de las aspiraciones domesticadas de los partidarios, burócratas que ejercen el poder. Coincidimos con Manheim que tanto las ideologías como las utopías son formas desarrolladas de pensamiento y no simples reacciones instintivas y secundarias dentro de una tradición intelectual de poca envergadura.
 
Notemos que para Manheim solo existen dos clases fundamentales de utopías: a) Las absolutas, descripciones fantásticas; b) y las relativas más cercanas a las ideologías. Dentro de las “relativas”, Manheim destaca cuatro distintas etapas asequibles a cuatro diferentes corrientes de pensamiento claramente identificables en la historia occidental: “quiliastica”liberal; conservadora y socialista.[35] No hay que olvidar que las ideologías nacen al calor del poder, mientras que las utopías nacen en contra del mismo. Si a esta raíz contestataria le sumamos la proyección teórica de distintas tradiciones que se conjugan en la historia política de occidente, podemos reconciliar a la utopía no sólo con un papel alternativo al discurso político hegemónico, sino fundamentalmente como matriz de “esperanza” para los hombres. Las utopías deben promover sorpresas, y las sorpresas precisamente “sorprenden” cuando el relato traiciona o subvierte un supuesto o una expectativa dada. Las plácidas u optimistas expectativas (o supuestos) del lector, alientan las utopías. Las malas expectativas del lector, alientan las dystopias.                                                                      
 
El pensamiento utópico parece una araña gigante, cuyas extremidades se posan en lugares distantes. Una pata en la realidad, otra en la fantasía; una pata en la crítica social, otra en los programas reformistas; una pata en el presente, otra en el futuro; una pata en la mesura de la razón, otra en el exceso de la voluntad. En pocas palabras, un animal espeluznante cuyos movimientos histéricos son sorprendentemente coordinados y precisos. En sigiloso deambular a través de dos mundos: uno virtual y otro real, nos devuelve a nuestra “extensa y cartesiana” naturaleza. Las utopías mantienen vivo el deseo, la esperanza, y constituyen referencias para “educar”, siendo en definitiva un producto que facilita la ficción representativa democrática. Las utopías han obrado como espejos donde esperanza y poder se reflejan con una pálida luz de encanto y desencanto. De todos modos, aunque vayan desapareciendo del cuadro emocional predilecto de los intelectuales; porque las pocas utopías actuales ya no son como lo fueron alguna vez “admonición de sentido”; aún así, pueden aparecer en algunos programas que refloten un atávico sentido de rebeldía o cambio.
 
En consecuencia y tal como dijimos, por una parte existe una tradición “trascendente” dentro del pensamiento utópico, más antigua, casi agotada y sólo explorada por algunas corrientes sesgadamente milenaristas, que aún hoy esperan mágicamente la concreción divina del cielo en la tierra. Por otro lado, otra tradición utópica inmanente, más bien “secular”, que empeñosamente concilia sus viejas impresiones con la carga teórica heredada de la modernidad. Creemos en esta vertiente que todavía porfía en desarrollar su su programa de libertad e igualdad inconcluso.               
                                                                                  
La utopía en este marco, es más que puro sueño iconoclasta; es presente siempre continuo. Con mayor claridad, es presentimiento actual de un “advenir” o una “metexis” en términos platónicos. Decimos ésto, no sólo por referencia a aquellos que tienen una concepción materialista de la historia, en base a la relación orden social sistemas de producción; sino con mayor latitud, en homenaje a la perspectiva moderna de racionalizar, desconstruir y naturalizar el pensamiento político y la acción colectiva. Es que las utopías modernas no pueden negar la realidad. Al contrario, deben asumirla y procesarla con sus deformaciones y excesos.              
         
Como hemos afirmado, Manheim entiende que todo el pensamiento político puede reducirse a dos tipos: el utópico y el ideológico. Uno, transformador y típico de las vanguardias ascendentes. El otro, más bien conservador y característico de las clases dominantes. Es imposible renunciar voluntariamente a las utopías, pues sería renunciar a la política. De modo que siguiendo a Manheim y Ricoeur, las ideologías denotan situaciones objetivas de los individuos que conforman un orden social, mientras que las utopías son auténticos sueños colectivos de grupos ascendentes que pujan por el poder. Mientras que habitualmente nos ufanamos de nuestras utopías, negamos en cambio las ideología a la que respondemos; y eso no es pudor.*[36] Las ideologías “legitiman”, mientras que las utopías cuestionan la autoridad. Este es un dato no siempre asumido por nuestra conciencia crítica.                                   
 
De manera que la cultura, el arte y el pensamiento crítico en general no es mucho más que la cresta visible de las utopías centrales que genera una sociedad determinada. Por ello, el fin de las ideologías no solo implicaría el fin de la historia como sugieren Kojéve o Fukuyama, sino que naturalmente importaría una doble muerte para las utopías. El fin de las utopías a su vez, marcaría en concordancia con Fourier (en una época post-industrial) el fin de la civilización o una etapa “post-civilizacional” y “a-crítica”. Sería la muerte de la política. Sería en síntesis, una lúgubre “mise en scene” de la muerte total de la “esperanza” colectiva.    
 
Hemos dicho que el pensamiento utópico nutre sus raíces en constantes presupuestos prácticos y estéticos. Su inclinación prescriptiva se desprende por lo tanto, como una sanción al presente. En sus distintas variantes las utopías nos dicen como “debe ser” o como “no debe” ser el futuro. Si observamos el desarrollo que hemos hecho sobre utopía y crítica utópica, notaremos una latente tensión entre “perfección y libertad”. De cualquier manera resulta obvio que la no-postulación de apetecibles “deseos” como son las utopías de la razón, de la ciencia y de la democracia, lejos de universalizar un bienestar y una felicidad “realista”, va a arrojar al planeta a una era de resignación, con notables rasgos de esterilidad y servilismo.
 
Baudrillard desafiando a Hegel se pregunta si el mundo es real, “¿cómo es posible que no sea desde hace mucho tiempo racional?”.[37] No podemos saber ésto, porque precisamente estamos dentro de una desquiciada realidad. Haciéndole un guiño a Nietzsche, Baudrillard sagazmente afirma que sin creencias, voluntad y poder, el mundo se vuelve insoportable. En consecuencia, explicar el sentido radical de las utopías no puede ser intentando sin correr algunos riesgos que hemos asumido con convicción. Superar teóricamente los límites antes referidos es casi imposible. Para conocer sus confines, nos haría falta un paradigma que supere la matriz conceptual que ha venido definiendo la política desde hace unos veinticinco siglos. Quizás, con tónica postmoderna se pueda intentar traspasar los límites de tal canon. Nosotros en cualquier caso, renunciamos voluntariamente a intentarlo.                  
 
En rigor, la utopía para nosotros es una percepción de “sentido” incompleto. Se trata de un horizonte firmemente incrustado en el tiempo histórico que nos toca vivir. Cualquier utopía por lo tanto, siempre esta anclada a un futuro abiertamente desfigurado por el mismo pensamiento que la concibe. Utopía es un (no) lugar voluntariamente “aislado”, que se distingue tanto de la realidad del lector como la del escritor. De manera que si reivindicamos la política como praxis racional, si entendemos la imaginación como mónadas de razón que pretenden cargar con toda nuestra humana frustración, las utopías todavía hoy pueden seguir siendo útiles.  
 
En cualquier sociedad civilizada, las utopías suponen una sociología y un discurso asequible a grupos humanos disconformes. Hasta el conservadurismo tiene su utopía de volver al pasado. Ricoeur como Manheim advierten empero, que ya desde el siglo pasado hay un claro movimiento que indica la declinación de las utopías y ésto hay que asumirlo. Naturalmente que este declive provoca la desaparición de las incongruencias y un mayor ajuste colectivo a la realidad. Esta actitud a su vez, excluye lentamente a los disidentes (con sus utopías claro está). La marginalización de las utopías y los valores igualitarios de la modernidad, ha llevado “a-fortiori”, a la indudable marginalización de la política.                                  
 
VIII. Colofón       
                                                                                                    
Las utopías no tienen “donde” (ni “cuando”). Dejando de lado el valor estético literario, las utopías nos sirven porque entre otras cosas, nos vuelven plausibles las deplorables condiciones de miseria y pobreza que afectan a muchos seres humanos. Su valor radica con exactitud, en los efectos que provoca en el imaginario colectivo, dispuesto a corregir el orden económico, social y político que las produce.
 
Aún a riesgo de enfrentar muchos inconvenientes epistemológicos, se ha pretendido superar la mera descripción de hechos y reglas donde las utopías y el igualitarismo, a menudo se ofrecen en pares ordenados. En cualquier caso, conformar un “deber” obrar en el mundo, cuando el modelo se encuentra definitivamente extrañado de las coordenadas espacio-temporales que gobiernan (nuestro) mundo, es sin duda tarea poca sencilla. Se trata de todos modos, de poner nuestra mirada en dirección a un posible meta-mensaje, un ámbito encriptado en un “deber” genérico del ciudadano que debe trabajar, pensar y hacer política para un mundo mejor. Por encima de imposibles éticas utópicas, escudriñemos las bases filosóficas de una única obligación que prescriba adoptar una actitud creativa, libertaria, que pueda dar sustento a discursos políticos y a acciones colectivas de esta naturaleza.
 
De manera que existe una estrecha relación entre “aspiraciones democráticas”, “sentimiento igualitario” y “contenidos utópicos indeterminados”. En sociedades muy complejas y con nuevos desafíos tecnológicos, las hebras que atan estas relaciones se han ido perdiendo. Frente al creciente pragmatismo y la canonización de las doctrinas económicas dogmáticas, la política no ha sabido articular discursivamente su perenne significado. Las nuevas demandas de una sociedad cada vez más exigente en sus reclamos frente al Estado, nos muestra una política menguante. El contenido discursivo de los mensajes partidarios, las proclamas, plataformas, se han vuelto presa del oscurantismo, los discursos emotivos y las rémoras pragmáticas que buscan salvar algún modesto lugar del escenario público, para sus desprestigiados administradores.
 
En consecuencia y paulatinamente, la política se ha ido marginalizando; ha ido perdiendo jerarquía simbólica frente al tribunal de la razón. Por el contrario, creemos que la política debe aun desarrollarse institucionalmente. Para ello, necesita recuperar la pulsión igualitaria y fortalecer las condiciones discursivas que la reproducción de utopías, permitiría dentro de una democracia deliberativa. Esto constituye una parte del programa incompleto de la modernidad y es una exigencia natural para resignificar el proyecto deliberativo de una democracia con contenidos republicanos.
 
Los que desconfiamos en los productos reales sin encanto, vigentes, que también fueran legitimados por ideologías hegemónicas y dominantes, pensamos ciertamente que las utopías siguen siendo plausibles y necesarias. En este esquema, la relación dialéctica entre ideología y utopía (Manheim y Ricoeur) nos abren algunas perspectivas de análisis al menos provocativas. Como principal corolario entonces, destacamos que la crisis de la política en países como el nuestro, puede verse en alguna medida potenciada por la expulsión del lenguaje utópico, junto al debilitamiento de la pulsión igualitaria de los discursos dominantes de quienes hablan en nuestras instituciones fundamentales.
 
Las utopías en muchas ocasiones se tornan desconcertantes para el análisis político. De todos modos las utopías son estímulos patentes para provocar “cambio social” y “progreso tecnológico”; polos que se han vuelto contradictorios en nuestro tiempo. En rigor de verdad, si se tiene en cuenta que en países como la Argentina, los procesos de modernización han consolidado aún más las “diferencias” que fueron pretéritamente definidas por ideologías pragmáticas y solipsistas, religar hoy la idea de progreso con las posibilidades utópicas igualitarias, sin duda puede ser una alternativa válida para empezar a reconstruir el valor central de la política.



Notas
[1]* Por ejemplo, la presente disputa entre liberales y socialistas según Berlín, tiene que ver precisamente con que estos últimos restringen su idea de “progreso”, para lograr una mejor distribución de la riqueza. Una perspectiva “lato sensu” de izquierda, necesita apoyarse en un sentido de naturaleza humana, el cual es eminentemente moral. Cfr. I Berlin, Four Essays on Liberty, p.5 (1969).
[2] Paul Edwards, The Encyclopedia of Philosophy; Vol VIII. 
[3] Ver Bailey, Pessimism Routledge, 1988.
[4] * Recuérdese que las posibilidades de viajar en Utopía se encuentran desincentivadas. Hay libertad, pero escasas condiciones para ligar felicidad con exploración y aventura. Cfr. T. Moro, Utopía, p.106, (Sarpe, 1984). Téngase en cuenta también lo que destacan Fank y Fritzie Manuel, en cuanto que la obra de Moro, hay que compararla con el temperamento de Rabelais en “Gargantúa y Pantagruel”, sumado al “Moria Encomiun” de Erasmo (1509). Esto es, diversión y comedia antes que felicidad. Cfr.F.E. Manuel y F.P. Manuel, Utopian Thought in the Western World, p.134 (Harvard University Press, 1997).
[5] * Cfr. Moro en Utopía citado por Pierre F. Moreau en La Utopía Derecho Natural y Novela del Estado, p.13 (Buenos Aires, 1986).
[6] Cfr. Pierre F. Moreau, Ibidem, p.85
[7] Cfr. Platon, Las Leyes (Ed. Porrua, 1998). Robert Bugoslaw, The New Utopians, p.9 (Prentice Hall, 1965).
[8] Pablo Riberi, “El Estado Nuevo y Bueno”: La Digitopolítica Cordobesa en el Tránsito del Leviatán a Robocop, Revista el Tribuno,N.25, Pgs.761-765 (2001).
[9] Cfr. E. Bloch, en “entrevista”, Antrhopos, (146|147), p.24 (Barcelona, 1993).
[10] Cfr. K. Kumar, Utopianism, p.51 (Univ. of Minnesota Press, 1991).
[11] Cfr. H. Jonas, Le Príncipe de la Responsabilité, p.17 (Paris, 1995).
[12]Dice Popper: "la racionalidad de la acción política (del utópico), requiere la constancia del objetivo durante mucho tiempo futuro". K. Popper; en “Utopía y Violencia”. Editado por B. Muniesa, “Sociología de la Utopía", p. 147. (Barcelona, 1992).
[13] Ver A. Heller, “A Radical Philosophy”, (Cambridge, 1984).
[14] K. Popper, Ob.cit Nota * 12, p. 144. Este tema ha sido ampliamente tratado por Agnes Heller, quien entiende que existe muy poca distancia entre la utopía radical, con lo que es la filosofía radical. A. Heller, Ob. Cit. Nota 13. Asimismo, le acomoda a Popper la cita que hace Manheim de Revai. Cfr.K. Manheim, Ideology & Utopia, p.246 (Harvest Book, 1985).
[15] A. Neüsuss, en "Dificultades del Pensamiento Utópico ". Supra nota 12, p. 27.
[16] Los datos del Banco Mundial y otros organismos son elocuentes. Según ''The Economist'', aunque en la actualidad en los Estados Unidos la calidad de vida de un individuo de clase media es mejor que la que tenía cualquier millonario en el siglo XIX, aun alli, algunos indicadores merecen llamar nuestra reflexión. Por ejemplo, hoy existen en el planeta 425 multibillonarios (en dólares). Paralelamente, al menos un 5% de la población del globo vive con 1U$ y otro 8% más lo hace con 2 U$ o menos. Según datos del Banco Mundial recogidos por esta publicación, podemos observar que en la década del 60' la diferencia de ingreso entre el 20% más rico con el 20 % más pobre era de 30 veces la renta de este último. En el año 1997, esta relación trepó a 74 veces. Cfr. The Economist, Nro.8226 (June 16th'22nd, 2001)
[17] Cfr. Peter Zudeick, “Ernst. Bloch,Editorial”, p.3.
[18] Cfr. E. Bloch, ibidem.
[19] Cfr. E. Garzón Valdés, “Polis sin Politeia. Ernst Bloch y el Problema del Derecho Natural”, en Derecho, Etica y Política, p.135 (Madrid, 1993).
[20] Cfr. J. Habermas, Ensayos políticos,p.47 (1988).
[21] Cfr. K. Manheim, Ob. Cit. Nota 14, p.199.
[22] *Para Manheim cada modelo político genera utopías que circularmente a su turno ayudan a romper el modelo, que de esta manera queda liberado para recomponer un nuevo orden de existencia con nuevas utopías. Ver, K. Manheim, Op. cit. Nota 14.
[23] Ver C.Offe, citado por Habermas en Problemas de Legitimación en el Capitalismo Tardío, p. 95. (Amorrortu Editores, 1991).
[24] Cfr. C. Marx, Manifiesto Comunista, p.59 (Sarpe, 1985).
[25] Cfr. F. Engels, Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico, p.53, (Buenos Aires, 1974).
[26] * Para Castoriadis en el capitalismo, la economía real y la teoría apenas si guardan relación. Las construcciones de la economía política académica “son incoherentes o carentes de sentido, o sólo válidas para un mundo ficticio”....Cfr. C. Castoriadis, Figuras de lo Pensable, p. 68 (Madrid, 1999).
[27] Cfr. Saint Simon, Catecismo Político de los Industriales, p.38 (Hyspamerica, 1985). Cabe agregar al respecto, la atinada observación de Frank y Fritzie Manuel. Estos autores destacan como Saint-Simon busca un equilibrio difícil entre “igualitarismo” y “naturaleza”. Dado que asume una posición “organicista”, contra las tendencias “mecanicistas “y “atomitas” , debe lidiar con las obvias desigualdad que muestra la realidad y la naturaleza. Solo la ciencia y la organización cooperativa pueden ayudar al progreso. Cfr. F.E. Manuel y F.P. Manuel, Ob.cit. Nota 4, p.600
[28] Cfr. E. Garzón Valdés, Ob.cit Nota* 19, p.143.
[29] * Destaco en este punto que por “tiempo histórico” entiendo la relación entre pasado y futuro, en cuanto dimensión antropológica de lo que sería la “Historie” (en alemán). Esto es, siguiendo a Koselleck la implicación recíproca entre “experiencia” y “expectativa” .
[30] Cfr. S. Rota Ghibaudi, L’Utopia e L’Utopismo, p.63 (Ed. Franco Angeli, Milano,1987)
[31] F. Engels , Ob.cit. Supra nota*25, p.49.
[32] *Marx nos dice que “todos los estadios de la producción tienen determinaciones comunes, a las cuales el pensamiento otorga un carácter general; pero las pretendidas “condiciones generales” de toda producción no son otra cosa que esos factores abstractos que no responden a una etapa histórica real de la producción”. C. Marx, Introducción a la Critica de la Economía Política, p.23 (Buenos Aires, 1974).
[33] K. Manheim, Ob. cit Nota*14, p.173.
[34] Ver, K. Kumar, Ob.cit Nota*10, p.92.
[35] Ver K. Manheim, Ob. Cit. Nota 14, p.19 (Harvest Book, 1985).
[36] * Dice Ricoeur “En su autodescripción, la utopía se sabe utopía, y pretende ser una utopía”. Cfr. P. Ricoeur, Ideología y Utopía, p.57 (Gedisa, 1994).
[37] J. Baudrillard, El Crimen Perfecto, p.26 (Ed. Anagrama, 1996).
 

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