El estiƩrcol del diablo


Por Diego Fonti
Vicerrector Académico
Integrante del Centro de Bioética

 
Una frase muy conocida de Gandhi dice: “los que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben lo que es la religión”. Pero hay que delimitar un poco más el sentido de la afirmación, de otro modo los dos componentes quedarían oscuros. Desde siempre hubo una reflexión sobre la relación entre política y religión en los monoteísmos, llamados “religiones históricas” por no partir de una comprensión metafísica o cosmológica sino por la irrupción de un evento en la historia y una comprensión de lo divino desde la historia. Esta relación tiene características particulares desde la modernidad, en la cual las explicaciones del mundo han sido “desencantadas”, o sea que prescinden  de toda hipótesis metafísica o teológica; donde la opción religiosa se ha privatizado; donde se separó la descripción de hechos de sus valoraciones, y donde se dio lugar a una identificación de modelos económicos y religiosos – la “lucha de dioses” de Weber. Y es por estas tensiones que aparecen tan fecundos para la reflexión los recientes acontecimientos – acciones-palabras – relacionados con las visitas del Papa.
 
Esta reflexión está tan lejos del panegírico como del rechazo, del prejuicio y la apología. No significa que la cuestión pueda abordarse de modo objetivista y neutral, porque como en todas las cuestiones vinculadas con los aspectos “prácticos” de la filosofía –  las cosas que pueden ser modificadas por nuestra libertad, como la política, la ética y la economía – la experiencia religiosa nos involucra de algún modo, y desde ese involucramiento es que pensamos y nos preguntamos por el modo legítimo en que esos aspectos deben relacionarse. Pero antes de todo eso conviene un trabajo conceptual y en este sentido quiero ofrecer dos posibilidades y un problema que encuentro en dichas acciones-palabras.
 
Soberanía y estado de excepción: homo sacer, natura sacra
 
Recientemente Die Tageszeitung publicó un artículo sobre los inmigrantes titulado “Estado de excepción sin soberano”. A partir de la teología política de Schmitt y su reelaboración por Agamben – el soberano como aquel que puede decidir sobre el estado de excepción, evidenciando el vínculo de poder político y vida desnuda, decidiendo los límites de una norma y aquellos a quienes no se aplica norma ninguna – interpreta la situación de los inmigrantes que masivamente ingresan a Europa por conflictos provocados en gran medida por las grandes potencias. Este vínculo de poder y reducción a la vida desnuda, que a menudo acaba eliminando esa vida, se ve en la exposición del Papa de dos sujetos “descartables”: el sujeto humano en sus condiciones de mayor debilidad y el sujeto naturaleza. La “sacralidad” en términos de Agamben implica la separación del sujeto y al mismo tiempo su desprotección más absoluta. Esta reducción a un mero proceso vital es característica del trato contemporáneo a grandes masas humanas y a enormes porciones de la tierra. Utilizando el principio de relacionalidad formulado por Laudato si´ puede decirse que la locura radica en que ese movimiento es suicida para todos, incluidos los poderosos, aunque sus efectos se sientan primero entre los más débiles, reducidos a la más limitada expresión de sus posibilidades y fuera de todo ejercicio real de derechos.
 
Particularidad y universalidad: responsabilidad común
 
El Papa identifica la matriz del doble padecimiento, sojuzgamiento del ser humano y de la naturaleza, en lo que Basilio de Cesarea llamaba “estiércol del diablo”: la ambición desenfrenada por el poder y el dinero. La tarea religiosa es hacer con estos fetiches que ocupan el lugar divino lo mismo que los profetas de todos los tiempos hicieron ya en el seno del judaísmo y el cristianismo: una crítica radical que muestre no sólo su nada sino también las reales y terribles consecuencias que conllevan. Para el Papa la política comparte con ética y religión la tarea de abordar con responsabilidad las consecuencias de los modos tecnológicos, económicos y legales de relacionarnos entre nosotros y el medio ambiente. Sólo la política legítima tiene potestad para la intervención pública de establecer finalidades, que de otro modo son impuestas por poderes no legítimos o no dirigidos al bien común.
 
La difícil aquiescencia: naturaleza y bien
 
¿Cómo pensar al bien común en una época de múltiples convicciones e intereses? ¿Hay una medida sobre la tierra? se pregunta Werner Marx ante las dificultades de las éticas clásicas, que tenían una idea de naturaleza y de bien dependientes de una visión del mundo que sería hoy mayoritariamente inaceptable. Si las convicciones religiosas no son unívocas ni mucho menos imponibles, si no es ya aceptable el recurso a una idea de naturaleza universalmente aceptable, ¿cómo admitir que haya un bien rector unívoco de una naturaleza humana “evidente”? Aquí el aporte de los textos papales tiene un gesto destacable: mientras se destaca el valor y deber de los compromisos requeridos para quienes comprenden su vida en clave cristiana, para aquellos que no lo hacen recurre a esa tradición – y a otras ajenas – para identificar lugares de riesgo para la vida en su integridad y relacionalidad, y generar desde allí fundamentos para la responsabilidad.
 
Ha habido críticas a las intervenciones papales, algunas más significativas que otras. Creo que junto a la idea metafísica de naturaleza que rige al bien, el principal problema de las intervenciones es cierto voluntarismo que ve problemas y soluciones en la conciencia individual, siendo que ésta está marcada por una sociabilidad originaria, con opciones contradictorias. Así subsiste la pregunta de cómo abordar a quienes tienen posiciones distintas sobre el bien, o que llegan al desinterés y al cinismo. Con Zizek y Badiou, la filosofía política contemporánea ve en Pablo al fundador del cristianismo, pues convierte una particularidad concreta  en un universal. Está claro que este universal, que conllevó violencias y enormes aportes rescatables, ya no goza de una adhesión hegemónica. Pero si desde él se plantean las consecuencias de nuestras decisiones políticas y económicas como punto de partida, y se aplica la idea de interrelación de todos los seres vivos, de subsidiariedad recíproca, y responsabilidad por los más afectados, entonces aparece un criterio valioso para la reflexión ética y la decisión política.



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