¿Llegó la primavera a la Iglesia?


Por María José Caram
Prof. Formación Teológica III-Cátedra B
Facultad de Derecho y Ciencias Sociales

Como bien es sabido, recientemente el Papa realizó un viaje apostólico a Cuba y Estados Unidos. Al igual que en otras ocasiones, y como lo hicieron también sus antecesores, durante esta visita Francisco se encontró con diferentes sectores de la población y de la Iglesia, recorrió las calles de las ciudades que lo recibían, presidió eucaristías y celebraciones, pronunció homilías, discursos y breves mensajes, impartió bendiciones, abrazó a los niños y a los enfermos, entre otros gestos. Pero, por las características de la actual coyuntura internacional, esta visita tuvo un rasgo muy peculiar, que concitó gran expectativa. El hecho no pasó desapercibido ante los ojos del mundo y difícilmente podrá olvidarse.  

El estilo personal del Pontífice y el decidido contenido profético de sus gestos y palabras, manifestados desde el inicio de su gobierno pastoral ha suscitado que periodistas, escritores de opinión y medios de comunicación en general tiendan a enfatizar la dimensión política de la personalidad del Papa. Francisco ejerce un indiscutible liderazgo y cuenta con grandes habilidades diplomáticas. Sorprende y conmociona con sus palabras y con sus gestos. Muchos lo admiran. Otros lo temen. Lo rotulan de izquierda o de derecha, de progresista o de conservador. Recientemente Gred Gutfeld, presentador del canal norteamericano Fox News y portavoz de algunos grupos ultraconservadores lo señaló como el “hombre más peligroso del planeta”.

Más allá de las especulaciones y de los rótulos, el reciente viaje pontificio tuvo una fuerte connotación política. El momento histórico en que lo realizó, los lugares en los que escogió hablar y el contenido de sus discursos invitan a realizar una reflexión sobre las estrechas relaciones entre política y Evangelio.

Contexto regional y global

En el ámbito regional, la peregrinación papal se inscribe, por una parte, en el contexto de un proceso de normalización de las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba, que comenzó en diciembre de 2014, después de largos y dolorosos años de enfrentamientos y bloqueos. Por otra parte, se ha abierto un esperanzador proceso de diálogo y negociaciones por la paz de Colombia con las FARC, luego de seis décadas de un conflicto armado que desangró al país. Estos acercamientos contaron con la mediación cualificada del papa Francisco.

En el contexto internacional más amplio, la humanidad se encuentra sumida en una crisis sin precedentes, manifestada en “el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo, con un clamor que nos reclama otro rumbo” (Laudato si’ 53). Un modelo de desarrollo basado en el individualismo y la ambición sin límites ha devastado el planeta, poniéndolo al borde del colapso. Al mismo tiempo, los conflictos se intensifican hasta el punto de generar un clima de guerra mundial, en el que millones de seres humanos son empujados sistemáticamente a padecer situaciones de exclusión, de nuevas esclavitudes y de muerte.

Las circunstancias ameritan una nueva reflexión sobre lo que significa gobernar en el momento actual.

Gobierno y justicia

Poco antes del tiempo de Jesús, un autor anónimo, escondido tras el nombre del legendario rey Salomón, escribió en Alejandría un pequeño libro, cuyo título más conocido es “Sabiduría”. La intención  universalista del escritor se vislumbra ya en el primer versículo, donde nombra a los destinatarios de su obra. Ellos son los reyes y los que gobiernan en todo el mundo. A ellos se dirige diciéndoles: “Amen la justicia, ustedes, los que gobiernan la tierra” (Sabiduría 1,1). Más adelante reforzará este llamado con las siguientes palabras: “Escuchen, reyes, y entiendan: aprendan, gobernantes de todo el mundo; pongan atención, ustedes los que dominan a los pueblos y están orgullosos de esa multitud de súbditos; el poder les viene del Señor, y la autoridad, del Altísimo” (Sabiduría 6,1).

Un conocido biblista, Luis Alonso Schöckel, afirma, con toda razón, que se trata de un “importante tratado de teología política”, cuyo tema principal es la justicia.

“El discurso sobre la justicia -continúa Schöckel- sobre todo si es crítico, es provocado muchas veces por la práctica de la injusticia, sobre todo de la ‘injusticia establecida’, de ‘los que dictan sentencias en nombre de la ley’ (Sal 94,20)”.

La situación que vivían los judíos de la diáspora alejandrina en manos de los responsables del gobierno no es muy lejana a la experiencia de tantas personas inocentes y pueblos de nuestra época que día a día son víctimas de la iniquidad.

La justicia es un concepto de honda raigambre bíblica. Ya, desde la elección de Abraham, la realización de las promesas requieren que se practique “la justicia y el derecho” (Gén. 18,18-19). La revelación de Dios tiene lugar en la justicia que Él mismo realiza con el huérfano, la viuda y el emigrante, a quienes ama y les concede pan y vestido (Dt 10,18). Al pueblo de su propiedad le corresponde actuar de la misma manera (Dt 10,19). La literatura sapiencial, por su parte, reflexiona sobre la justicia exigida a los jueces y reyes. De ahí que el libro de los Proverbios declare su importancia afirmando que “el trono se afianza con la justicia” (Prov 16,12).

Al Congreso de los Estados Unidos: Defender y custodiar la dignidad

La tradición israelita atribuye a Moisés el ordenamiento legal del pueblo de Dios. Por eso, la figura del Patriarca y legislador, ofrecerá a Francisco un símbolo adecuado para expresar una buena síntesis de la labor que corresponde realizar al Congreso: “proteger, por medio de la ley, la imagen y semejanza plasmada por Dios en cada rostro”. Esta idea atraviesa todo el Magisterio social de la Iglesia, pero, como lo expresa el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

“La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener” (Compendio 202).

Para exponer los puntos que desafían en nuestro tiempo la práctica de la justicia, Francisco propondrá a los legisladores una original clave hermenéutica para ver y analizar la realidad: la vida de “tres hijos y una hija de esta tierra, cuatro personas, cuatro sueños: Abraham Lincoln, la libertad? Martin Luther King, una libertad que se vive en la pluralidad y la no exclusión? Dorothy Day, la justicia social y los derechos de las personas? y Thomas Merton, la capacidad de diálogo y la apertura a Dios”.

Si la práctica de la justicia es un deber de todo ciudadano, hay un aspecto que concierne de un modo particular a quienes ejercen como miembros del Congreso: la defensa y custodia de la dignidad de la persona humana, prestando especial atención a “aquellos que están en situación de mayor vulnerabilidad o riesgo”, para poder protegerlos por medio de la ley.

Si la defensa y custodia de la dignidad de los conciudadanos en la búsqueda “constante y exigente” del bien común constituye el “principal desvelo de la política”, es necesario prestar atención y combatir los fundamentalismos y violencias religiosas, ideológicas o económicas, protegiendo al mismo tiempo la libertad de las religiones, de las ideas y de las personas.

“Si es verdad que la política debe servir a la persona humana, se sigue que no puede ser esclava de la economía y de las finanzas”. Los migrantes no pueden ser ajenos a estas preocupaciones. La crisis de refugiados debe afrontarse mirando lo que hay más allá de los números: las personas, sus rostros, sus historias. Se trata, en definitiva, de practicar la regla de oro del Evangelio:

“Acompañemos el crecimiento de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad, demos seguridad? queremos vida, demos vida? queremos oportunidades, brindemos oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el tiempo usará con nosotros. La regla de oro nos recuerda la responsabilidad que tenemos de custodiar y defender la vida humana en todas las etapas de su desarrollo”.

En esta exigencia se inscribe una enérgica solicitud a abolir la pena de muerte y a trabajar por la rehabilitación de los que han cometido algún delito. A este pedido une el Papa una firme recomendación a no “perder el espíritu de solidaridad internacional”, a luchar constantemente contra la pobreza y el hambre, atacándolos “especialmente en las causas que las provocan”, cultivando una economía solidaria y sustentable, poniendo la técnica al servicio de un progreso sano, humano, social e integral, e implementando una “cultura del cuidado”, donde la atención a la familia y a los jóvenes debe ocupar un lugar prioritario.

Finalmente Francisco pronuncia un llamado urgente: “ser un agente de diálogo y de paz significa estar verdaderamente determinado a atenuar y, en último término, a acabar con los muchos conflictos armados que afligen nuestro mundo… es nuestro deber afrontar el problema y acabar con el tráfico de armas”.

A las Naciones Unidas: Voluntad de justicia efectiva, práctica y constante

El discurso ante la Asamblea de la ONU, después de mencionar la celebración del septuagésimo aniversario de esta Organización internacional y los logros obtenidos, Francisco retoma el tema de la justicia y sus aplicaciones en la actual problemática internacional. La exigencia es de una acción organizada y urgente de los gobiernos de todos los países del mundo.

Partiendo de la definición clásica que define a la justicia como “dar a cada uno lo suyo”, el Papa señala dos de sus exigencias principales en el momento actual. La primera consiste en la limitación del poder, distribuyéndolo “entre una pluralidad de sujetos”, junto con “la creación de un sistema jurídico de regulación de las pretensiones e intereses”.

La segunda exigencia “contiene como elemento esencial una voluntad constante y perpetua” que evite “toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias”. En efecto, la magnitud de las situaciones que se viven “y el grado de vidas inocentes que va cobrando”, hace que el mundo reclame “de todos sus gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias de trata de seres humanos, comercio de órganos y tejidos humanos, explotación sexual de niños y niñas, trabajo esclavo, incluyendo la prostitución, tráfico de drogas y de armas, terrorismo y crimen internacional organizado”.

Las palabras del papa suenan tajantes y urgentes, condenatorias de todo fariseísmo cuando expresa: “antes y más allá de los planes y programas, hay mujeres y hombres concretos, iguales a los gobernantes, que viven, luchan y sufren, y que muchas veces se ven obligados a vivir miserablemente, privados de cualquier derecho”.

En ningún caso las salidas a estas situaciones deberían pensarse al margen de los sujetos que las padecen. Para que sean “dignos actores de su propio destino”, se les debe garantizar tanto “techo, trabajo y tierra” como “libertad de espíritu”. Y ésta comprende “la libertad religiosa, el derecho a la educación y todos los otros derechos cívicos”, respetando “el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de las agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos”. Los pilares del desarrollo humano integral tienen como fundamento común “el derecho a la vida”.

A modo de conclusión

En el Congreso, en la ONU, en los diferentes lugares visitados por Francisco existen católicos que discrepan con la posición de Francisco. Uno de ellos, Jeb Bush, candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos y hermano del ex presidente norteamericano, había reaccionado contra la Laudato Si’ expresando que “no cree que la religión deba mezclarse con cuestiones que tengan efecto en el ámbito político” (Redacción BBC Mundo, 23 de septiembre 2015).

El libro de la Sabiduría, al que hemos aludido, afirma que Ella “siendo una sola, todo lo puede; sin cambiar en nada, renueva el universo, y, entrando en las almas buenas de cada generación, va haciendo amigos de Dios y profetas” (Sab 7, 27). Seguramente Francisco es uno de ellos. Con sus gestos y con sus enseñanzas transmite una forma de vivir el Evangelio y un proyecto de vida que se ofrece a todas las personas de este mundo: el Reino. Quienes lo acogen se transforman en servidores y, como el Papa expresó en Cuba, “el servicio nunca es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas".

No parece probable que en el tiempo inmediato veamos frutos decisivos de transformación. Las necesidades inventadas por los poderes de este mundo son demasiado poderosas como para que quienes las adoran las abandonen. Sin embargo hay gobernantes y seres humanos pequeños que caminan con Espíritu. Se dejan interpelar y dan pasos concretos hacia el diálogo. En sus prácticas comprometidas y sus vidas donadas gime el Espíritu de Dios y en sus gemidos se avizora un horizonte nuevo ¿Podríamos decir que la primavera ha llegado a la Iglesia y a la Humanidad de la mano del Papa Francisco?



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